Reunión de la revista Setecientosmonos, bar Savoy, Rosario, 1965.

miércoles, 3 de abril de 2013

Setecientosmonos, nuestros años sesenta

Publicada en diario La Capital, Suplemento Señales, 10/02/2013

Setecientosmonos, nuestros años sesenta

Fue una de las revistas literarias más importantes de Rosario. Se publicó entre 1964 y 1967, dirigida por Carlos Schork, Juan Martini y Nicolás Rosa. Una antología recupera su legado.
Judith Podlubne

Las razones que impulsan a escritores, críticos e intelectuales a hacer una revista suelen ser múltiples, distintas, y a veces azarosas. Con frecuencia sin embargo esa diversidad se eclipsa frente al imperativo político o cultural, o simplemente periodístico, de transformar motivos circunstanciales en causas nobles. Setecientosmonos, una de las revistas literarias más importantes de los años sesenta en la ciudad de Rosario, nace de una inquietud juvenil: el interés por difundir sus escritos que reúne a un grupo de amigos del barrio, integrado por Juan Martini, Carlos Schork, Omar Pérez Cantón y Rubén Radeff.
Según se desprende del relato de los protagonistas, Martini y Schork comienzan a sentirse escritores sólo después de haber ganado el concurso de cuentos que, a mediados de 1964, organiza Amigos del Arte. Para ese momento Setecientosmonos cuenta ya con dos números. Además de un rito de iniciación literaria, este concurso les depara a sus directores el encuentro con quien en adelante marcará el rumbo editorial de la revista. En la entrega de premios conocen al joven Nicolás Rosa, un personaje aún sin inserción académica, pero muy vinculado al medio cultural de la ciudad. La incorporación de Rosa cambia sustancialmente el perfil de la publicación. Setecientosmonos deja de ser una revista de jóvenes interesados en divulgar sus relatos para aventurar posiciones intelectuales y acercamientos críticos a la literatura.
La antología de Setecientosmonos que acaba de publicar Santiago Arcos, con edición a cargo de Osvaldo Aguirre y Gilda Di Crosta, recupera desde su composición el cruce de avatares personales y acciones colectivas que configuraron el itinerario de la revista. Sin dudas el acierto principal del libro es dar a conocer y poner en circulación las contribuciones más destacadas de una publicación ineludible no sólo para comprender el clima intelectual de la ciudad en la segunda mitad de los años 60 sino también para acceder a una perspectiva algo más amplia, menos centralizada, del período. En este sentido, la Antología dialoga con el relato iniciado por otro libro imprescindible sobre la época, como es Del Di Tella a Tucumán Arde, de Ana Longoni y Mariano Mestman.
No menos significativo que este acierto fundamental es el modo en que los editores eligen componer el volumen. Atentos a la advertencia de que "las revistas se van haciendo sobre la marcha" con que el número 3/4 (diciembre de 1964) anuncia los cambios que la afectarán en adelante, Aguirre y Di Crosta incorporan a laAntología testimonios en los que se narra, con matices y diferencias significativos, el rumbo que fue tomando esa marcha. El texto liminar de Martini y las entrevistas a Carlos Schork, Omar Pérez Cantón y Norma Desinano, que realizan Osvaldo Aguirre y Julieta Tonello, proyectan una suerte de novela de formación, heterogénea y entusiasta, en la que las costumbres y las demandas de la época se mezclan con anécdotas triviales, reveladoras del ánimo vocacional del grupo fundador. Esta historia entrecruzada atraviesa las lecturas críticas que preceden las distintas secciones del volumen. "En el reino de la literatura", el texto de Aguirre con que se abre la Antología, resulta un umbral oportuno. Certero en el examen de las circunstancias y las relaciones locales que orientaron los distintos momentos de la revista y perspicaz en el análisis de las contribuciones que perfilaron su rumbo editorial, el ensayo establece las coordenadas que resuelven el plan general de la Antología.
Con excepción de la nota, aparecida en el número 1, en la que se cuenta el chiste cándido que decide el nombre de la revista, todas las colaboraciones incluidas en la compilación proceden del número 3/4 en adelante y se organizan en cuatro secciones diferentes. La primera reúne los textos editoriales en los que el grupo define, con precipitación, posturas intelectuales a tono con las intimaciones del momento. El contraste que el apartado propone entre la "Carta de la dirección" del número 3/4 y la del número 5 es elocuente de la urgencia con que se tramita el cambio de propósitos. Un cambio que implica el relevo de algunos modelos iniciales, Ernesto Sábato y Abelardo Castillo, por la autoridad de Jean Paul Sartre.
La segunda sección, titulada "Ficciones", recoge una serie de relatos entre los que se incluyen los de Martini y Schork que resultaron premiados en el concurso de Amigos del Arte, un cuento de Martha Lynch, otros de Mario Verandi y de Angélica Gorodischer, y, por último, "La playa" de Alain Robbe-Grillet en traducción de Juan José Saer. La diversidad deja ver el carácter misceláneo que Setecientosmonos acredita en sus vínculos y preferencias literarias. Por un lado, los escritores locales conviven con autores de proyección nacional y con algunos extranjeros y, por otro, relatos de temática social, firmados en su mayoría por narradores que participan también en El escarabajo de oro, se cruzan con el interés por las experimentaciones del objetivismo francés que manifiestan los críticos de la revista. Significativamente, la antología no dispone de una sección para los poemas, aun cuando en la revista colaboran nombres importantes, como Juan L. Ortiz, Juan José Saer y Hugo Padeletti.
La renovación de la crítica
"Una crítica nueva" es sin dudas el apartado más representativo del giro que la revista comienza a dar con la inclusión de Rosa. Casi la mitad de la Antología está dedicada a esta sección, que es además la única del libro que cuenta con dos ensayos preliminares: "Nicolás Rosa y la nueva crítica literaria", de Gilda Di Crosta, y "Sentidos de vanguardia en Setecientosmonos: ruptura y eficacia (artística, política, crítica)", de Irina Garbatzky. Mientras el ensayo de Di Crosta analiza con exhaustividad las intervenciones de Rosa en el marco de su obra ensayística, el de Garbatzky sitúa algunos sentidos de vanguardia que despuntarán en la revista unos pocos años antes de la experiencia de Tucumán arde en la que intervinieron algunos de sus miembros.
La relevancia de esta sección se deja apreciar en varias direcciones. En primer lugar, ofrece una suerte de genealogía del discurso crítico en la Argentina, en tanto reúne no sólo los primeros textos de Rosa sino también los de aquellos colaboradores ligados a la transformación académica que Adolfo Prieto está impulsando en la Escuela de Letras de la UNL desde el inicio de la década. Junto al propio Prieto, también participan deSetecientosmonos María Teresa Gramuglio, Josefina Ludmer, Norma Desinano y Gladys Onega.
En segundo lugar, este apartado es testimonio de los acelerados y controvertidos caminos que recorrió en nuestro país la actualización teórico--crítica que impulsó el estructuralismo francés. Los artículos que Rosa escribe en estos años son, como señaló Prieto, una muestra estratográfica del pasaje del existencialismo sartreano a la lectura del texto literario como objeto de reflexión sobre la lengua. Las directivas y el instrumental crítico propio de la fenomenología existencial de Sartre y Merleau Ponty se intersectan en su caso, pero no sólo en el suyo, con las exigencias formales del análisis estructural. No sorprende entonces que la sección "Traducciones" recoja las versiones que Rosa realiza de textos de estos autores, junto a la traducción de una entrevista a Roland Barthes.
También en las intervenciones de los críticos universitarios el sociologismo sartreano convive con una atención especial sobre las técnicas del relato. Apelando al Sartre lector de Faulkner, el artículo de Prieto sobre Julio Córtazar pone esa atención en perspectiva al afirmar que los ejercicios formales no son nunca un dispendio de gratuidad en la medida en que la técnica novelesca nos acerca siempre a la metafísica del novelista. Esta conclusión no sólo media el interés especial que los críticos de Setecientosmonos manifiestan por las exploraciones de la nueva narrativa latinoamericana, sino también la atención que le prestan a la novela objetivista. En una dirección similar a la de Prieto, en la que la importancia de la técnica se resuelve al servicio de fines extraliterarios, la conclusión de Gramuglio sobre el objetivismo: "Las formas del espacio contribuyen a revelar el alcance subversivo, el aporte incuestionable del noveau roman", ratifica esa renovación de la crítica que proyecta el artículo de Rosa sobre Viñas. Escribe Rosa: "han surgido nuevos intentos críticos que posibilitan la valoración real y total de la obra literaria en su dualidad inseparable: su contexto social y su individualidad estética."
En este sentido, la publicación de la Antología invita a pensar una vez más no sólo en el alcance modernizador sino también en los límites de un pensamiento crítico que suscribe a la idea de totalidad y no renuncia a las dualidades. En esta invitación, cuyo objeto compromete uno de los capítulos más importantes de la historia de la crítica literaria argentina, el de su juventud, se asienta otro de los aciertos decisivos de esta compilación.

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