El cronista accidental
Revistas literarias
por Juan Martini
El escritor y periodista Osvaldo Aguirre (“Rocanrol”, “La deriva”, “Todos mienten”), afincado en Rosario, coordinó un trabajo de investigación y rescate de la revista literaria "Setecientosmonos” y en estos días ultima los detalles para la publicación de una antología de materiales de la revista acompañada por ensayos del propio Aguirre y de Irina Garbatzky, Gilda Di Crosta y Julieta Tonello.
“Setecientosmonos” se editó en Rosario desde principios de 1964 hasta finales de 1967. Aparecieron 10 números y se convirtió en una inesperada articulación entre proyectos anteriores, su contemporánea “El arremangado brazo” y la futura “El lagrimal trifurca”. La idea surgió de Carlos Schork y de mí, que a los 20 años nos leíamos los cuentos que empezábamos a escribir, y pronto se nos sumaron un par de amigos más.
Los dos primeros números, realizados en mimeógrafo, convocaban pomposamente a otros jóvenes escritores pero lo hacían de una manera a la vez cándida y desmantelada. La aparición del número doble 3/4 a finales de 1967 marcó una reorientación que ya sería definitiva. La revista se imprimió en una industria gráfica y en sus páginas comenzó a hacerse palpable la influencia de Nicolás Rosa que se había acercado al grupo.
Hasta ese momento el influjo más claro había sido el de Abelardo Castillo y “El escarabajo de oro”. En los mismos años se publicaba “Hoy en la cultura” dirigida por Juan José Manauta, persistían “Sur” y el impacto de “Contorno” (Viñas, Masotta, Sebreli, Rozitchner, Jitrik) que marcó la década del ’50.
En “Setecientosmonos” cambió casi todo el mismo día en que Nicolás Rosa se sentó por primera vez un viernes a la noche en la mesa del bar del hotel Savoy, donde nos reuníamos para leer nuestros cuentos y comentarlos. Muy pronto esas reuniones se poblaron de jóvenes aspirantes a escritores y desde un punto de vista arqueológico se puede decir que algunas revistas literarias constituyeron el antecedente directo de lo que serían, ya en los años’70, los talleres literarios.
Nicolás Rosa reorientó la línea de “Setecientosmonos”, la abrió a la nueva crítica y supo señalar como decisivas algunas de las primeras novelas del Boom: Cortázar, Donoso, Fuentes o Vargas Llosa; impulsó una toma de posición progresista en los asuntos políticos y nos vinculó con los protagonistas de la vanguardia artística rosarina que en 1968 produciría la impactante “Tucumán arde”.
Así Schork y yo, que compartimos la dirección de la revista con Nicolás, conocimos a Juan L. Ortiz, Juan José Saer, Néstor Sánchez, Rafael Ielpi, Elvio Gandolfo, Juan Grela G, Herrero Miranda, Mele Bruniard, Norberto Puzzolo, Juan Pablo Renzi, Adolfo Prieto, Gladys Onega, María Teresa Gramuglio y Josefina Ludmer entre muchos, muchos otros.
Era la década de los años ’60. Aparecieron las grandes novelas latinoamericanas de aquellos años; Sartre rechazó el Premio Nobel; nació Mafalda; existía Primera Plana; había cineclubes y teatros independientes; Estados Unidos invadió a República Dominicana; Los Beatles gobernaban la música de la década; asesinaron al Che Guevara; fueron la guerra de Vietnam, la invasión de Checoslovaquia, la Revolución Cultural, la dictadura de Onganía, el Cordobazo y el Rosariazo. “Setecientosmonos” publicó cuentos de Salinger y Robbe-Grillet (traducido por Saer), ensayos sobre Camus, Masotta, Barthes y Vicente Leñero; poemas de Pedroni, Juan L. Ortiz y Juan José Saer.
Antesala de los talleres literarios, espacios de aprendizaje y de transmisión, hacer una revista literaria desde mis 20 hasta mis 23 años fue una experiencia de iniciación. Cuando terminó ya estaba preparando la publicación de mi primer libro, “El último de los onas”, un conjunto de relatos experimentales en la forma de contar una historia. Su aparición coincidió exactamente con el Rosariazo, una movilización estudiantil, gremial y popular contra la dictadura de Onganía. En esas manifestaciones fueron asesinados los estudiantes Adolfo Bello y Luis Norberto Blanco, un chico de 15 años que era también obrero. En las calles de Rosario, haciándoles frente a la policía montada y a la represión criminal, sellamos un compromiso definitivo: la literatura y la política son inseparables.