Setecientosmonos, nuestros años sesenta
Reunión de la revista Setecientosmonos, bar Savoy, Rosario, 1965.
miércoles, 3 de abril de 2013
Setecientosmonos, nuestros años sesenta
Publicada en diario La Capital, Suplemento Señales, 10/02/2013
Setecientosmonos, nuestros años sesenta
Setecientosmonos, nuestros años sesenta
Archivo, intelectuales y nueva crítica
Publicado en Badebec, Revista del Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria, Marzo de 2013
Archivo, intelectuales y nueva crítica
Mariana Patricia Busso y Lautaro Cossia
“Entiendo por archivo el conjunto de los discursos efectivamente
pronunciados. Este conjunto es considerado no sólo como un conjunto de
acontecimientos que han tenido lugar una vez por todas y han quedado en
suspenso, en el limbo o el purgatorio de la historia, sino también como un conjunto que continúa funcionando, que se transforma a través de la
historia, que da la posibilidad de aparecer a otros discursos”.
Michel Foucault
El título de esta reseña y el acápite de Michel Foucault redundan en un
mismo señalamiento: la antología publicada de la revista Setecientosmonos, edición
a cargo de Osvaldo Aguirre y Gilda Di Crosta, recupera un archivo que el presente
convierte en un objeto de reflexión y análisis sobre la historia cultural de la ciudad de
Rosario, Argentina, en los años sesenta. Ambas dimensiones (ser archivo y
proponer una crítica interpretativa de esos documentos recuperados) abarcan toda
la estructura del libro. Por un lado, brinda un sumario de los diez números
publicados, y la transcripción de buena parte de los artículos, testimonios, cuentos y
traducciones aparecidas entre 1964 y 1967. Por el otro, presenta una serie de
ensayos que funcionan como una remembranza crítica de aquel itinerario
intelectual, al tiempo que constituyen puertas de entrada para la comprensión del
material seleccionado en los distintos capítulos: el artículo “En el reino de la
literatura”, de Aguirre, propone una lectura introductoria y transversal de aquella
experiencia editorial, mientras que bajo el título “Diario de exploración” adelanta la
influencia liminar de Abelardo Castillo, con sus “temáticas sociales y los giros
coloquiales” (64), y el posterior acercamiento al objetivismo francés, tal lo delatan la
ficción “El cubo”, de Juan Martini, y el valor interrogativo o experimental que algunos
de sus críticos literarios le adjudican a la obra escrita (65). Mientras tanto, Di Crosta
publica los ensayos “Un proceso de formación”, en el que presenta las distintas
formas que asume el compromiso político-intelectual de la revista, y “Nicolás Rosa y
la nueva crítica literaria”, donde analiza el programa de lectura practicado por el semiólogo rosarino durante la década del sesenta: “(…) reflexionar críticamente
sobre la literatura argentina como un hecho político oponiéndose en su
interpretación a la crítica tradicional ideológicamente connotada por el pensamiento
burgués, y al mismo tiempo, a la critica formalizada ortodoxamente por la izquierda
comunista” (114). Dicha posición encuentra su complemento analítico en el artículo
de Irina Garbatzky, “Sentidos de vanguardia en Setecientosmonos: ruptura y
eficacia (artística, política, crítica)”, un título que desde su propia enunciación
conceptual propone seguir el desarrollo de las tensiones ideológicas y artísticas que
cruzaron el campo intelectual. Finalmente, el análisis y las memorias de aquella
apuesta editorial se completan con las entrevistas que el propio Aguirre y Julieta
Tonello realizaron a Carlos Schork, Omar Pérez Cantón y Norma Desinano,
integrantes de una revista que comenzó con los arrebatos de “una juvenilia” de
estudiantes universitarios (350) y hoy se rescata como parte del legado literario de
la ciudad de Rosario. O, si se prefiere, del mismísimo proceso histórico-cultural que
vivió la Argentina entre 1955 y 1976.
El eje y la novedad del libro, sin embargo, hacen foco en la producción de un
artefacto literario del mal llamado “interior” del país, siendo que la mayoría de los
abordajes han privilegiado publicaciones de Buenos Aires. La magnitud y el impacto
de aquéllas desestiman cualquier comparación. Por lo tanto, no se trata de ubicar a
esta revista en el horizonte porteño, ni de negar las razones que señalan un
desarrollo diferencial. Tan sólo se quiere expresar las potencialidades de un nuevo
horizonte de indagación, como en el caso de Setecientosmonos, capaz de
reconocer espacios de sociabilidad y producción literaria alejados de la gran
metrópolis argentina. ¿Qué particularidades reunía el campo intelectual rosarino?
¿Cuál es su diálogo con la producción académica de aquellos años? La antología de Setecientosmonos se deja leer en esa clave de preguntas. Tiene la virtud de
convertir en archivo una revista apenas recordada. Pero además hace de esos
documentos un muestreo de prácticas literarias que permiten restituir algunas
huellas del contexto político y estético del momento. Su circulación, según se
sugiere en el libro, reconoce tres etapas: en primer lugar, el origen orquestado entre
Martini, Schork, Peréz Cantón y Radeff, marcado por la improvisación, el la
impresión mimeografiada y con el único propósito de “difundir las cosas que
escribían” (11); en segundo lugar, el período que cruza literatura y compromiso,
claramente delimitado por la incorporación de Rosa en el número doble 3/4, cuyo
artículo sobre el cuento “Cabecita Negra” de Rozenmacher “incorporaba la política y
la historia argentina –el peronismo, la figura del cabecita negra- como un objeto de
reflexión que no podía separarse de la práctica intelectual” (16); y finalmente, la
última etapa, caracterizada por un giro critico que hizo que la relación entre
intelectual y compromiso se viviera en términos de “política de la literatura” (37). El
énfasis que el libro le otorga a estas dos últimas etapas hace que las privilegiemos
como puntos de referencia.
De escritores a intelectuales
Setecientosmonos. Antología es eficaz en marcar las instancias de inflexión
en el pasaje “de escritores a intelectuales” (30) de los colaboradores de la revista,
proceso fuertemente influenciado por la filosofía sartreana y, en particular, por la
noción de compromiso, que exigía que el intelectual diera cuenta de sus actos o sus
silencios en la determinada circunstancia en la que se encontraba inmerso. Según
Terán (Historia de las ideas), la teoría del compromiso permitía el involucramiento
en una determinada situación política o social, desde el propio campo intelectual e incluso desde sus propios márgenes institucionales. Los documentos incluidos en
esta Antología explicitan dicho posicionamiento, asumiendo que la revista y a la
literatura constituían medios de intervención sobre la realidad. El análisis realizado
por los ensayistas de la antología sobre la Carta de la dirección del número 5 y el
editorial Hoy, República Dominicana, (perteneciente al suplemento Testimonios del
mismo número), los recupera en tanto documentos elocuentes de tal afirmación. Allí,
como muestra Garbatzky, la ruptura y la toma de posición se hacen explícitas:
“Decidimos ponernos en contra de medio mundo. Siempre lo estuvimos, hoy nos
comprometemos expresamente”, se sostiene en la Carta (53). La revista tomó
entonces un camino que no abandonaría y que, sin necesidad de manifiestos
fundacionales o reiteradas declamaciones, asume como necesaria “la integración
absoluta del escritor con su época” (19).
Se nos evidencia aquí otro eje que atraviesa los diversos ensayos de esta
antología: la preocupación por ubicar a Setecientosmonos en el mosaico de
publicaciones del período o, más precisamente, por mostrar el modo en que está
atravesada por cuestiones de la época y los debates acerca de la mutua influencia
entre obra literaria y realidad social. En ese marco, la asunción de la literatura en
tanto herramienta de transformación nos muestra a la revista en la tardea de
articular un discurso o estrategia grupal, capaz de marcar la distancia de la
separaba de otras posiciones intelectuales y moldear un nosotros al interior de ese
campo, que Altamirano y Sarlo definen como la creación de “vínculos y
solidaridades estables” (Literatura/Sociedad 97). Demarcación que será
consustancial a ese pasaje a partir de aquel juvenilismo inicial y de una concepción
de la literatura comprometida “desde un nivel contenidista, o relativo a los actos individuales del escritor”, como señala Garbatzky (124-125), hacia una práctica
literaria que se convierte en intervención política misma.
De este modo, las etapas que atraviesa Setecientosmonos y que recupera
esta antología, demarcan un recorrido que se va “haciendo sobre la marcha” (41) y
que, ante un creciente contexto de radicalización política, abraza a la literatura y a la
crítica literaria por su potencialidad interpelativa y –por qué no- revolucionaria. Como
muestra claramente Aguirre, de ese intento inicial centrado en difundir narraciones
locales, se pasa a una revista preocupada por establecer su lugar en el concierto de
publicaciones intelectuales de la época, hasta llegar a la definición de una voz
propia, interesada en la exploración de nuevas formas de escritura y de “abrir
nuevas preguntas en torno a la literatura” (21) a través de las nuevas formas que
asume la crítica literaria.
El giro crítico
La conformación de todo archivo trae consigo las marcas de una decisión
selectiva. Y es por eso mismo un indicio a partir del cual pueden brotar los criterios
de interpretación perseguidos. En el caso del capítulo IV, se almacenan variados
ensayos críticos de Nicolás Rosa, Norma Desinano, Mario Vargas Llosa, Juan José
Sebreli, Gladys Onega, Adolfo Prieto, Josefina Ludmer y María Teresa Gramuglio,
publicados en diversos números de la revista y exponentes de lo que en la antología
se denomina “una crítica nueva” (105). Este desfiladero de críticos literarios permitió
la inclusión de artículos sobre Albert Camus (Vargas Llosa), David Viñas (Rosa /
Gramuglio), Simone de Beauvoir (Sebreli), Oscar Masotta y Roberto Arlt (Rosa),
Julio Cortázar (Prieto / Onega), Vicente Leñero (Ludmer), Juan Rulfo (Gramuglio) y
Juan José Saer (Desinano). En la conformación de ese archivo recaen las interpretaciones de Di Crosta o Garbatzky, quedando abierto a nuevas lecturas
analíticas. Asimismo, dicho archivo constituye una suerte de homenaje para los
realizadores de una revista que transitó nuevas trayectorias críticas y tuvo el mérito
de traducir y acercar a teóricos decisivos en su propia formación: “Novela y
metafísica” de Maurice Merleau-Ponty, “Santidad y Consumo” de Jean-Paul Sartre,
“Literatura hoy”, entrevista realizada a Roland Barthes. Si los dos primeros, sobre
todo Sartre, operaron como faros de referencia a la hora de pensar la función social
de la literatura y el compromiso franco con las causas sociales de la época, Barthes
impulsó la vindicación de las formas y el valor “esencialmente interrogativo” que
algunos de sus críticos literarios habrían de adjudicarle a la escritura (65). Es decir,
un compromiso que comienza a prestar atención a los vestigios de realidad
acogidos por la literatura y se ofrece como síntoma de los cambios avizorados por
las nueva crítica, quien tornó inseparable la dualidad conformada por el contexto
social y la individualidad estética (23).
En esos límites porosos se mueven los ensayos y traducciones
originariamente publicadas en Setecientosmonos. La “crisis del comentario” (113) y
la necesidad de transformar los modelos expresivos dieron paso a un nuevo registro
crítico, moldeado recurrentemente por “la sociología marxista, el psicoanálisis
existencial, la antropología estructural” (109). Al respecto, Garbatzky plantea que la
revista aparece atravesada por diferentes sentidos de vanguardia: “ruptura con el
orden burgués, con la visión europeizante y norteamericana, apoyo a las diferentes
insurrecciones en Latinoamérica, compromiso sartreano del intelectual con la
realidad política, y sobre todo, abandono de una formulación temática para permitir
el pasaje hacia diferentes vías de acción” (131). Precisamente, la culminación de
Setecientosmonos se diluyó en esas tensiones de época y la vida de sus escritores siguió biografías políticas e intelectuales diferentes siendo este rescate un mojón
iniciático dentro de esas trayectorias, y una excusa para seguir pensando las
singularidades del fragmentado campo intelectual rosarino.
Por lo antes mencionado, el libro que aquí nos ocupa no puede verse como
una mera antología documental sobre Setecientosmonos, sino que encierra una
interpretación cultural sobre un artefacto literario convierte en objeto de reflexión,
estudio e intervención. Derrida sostuvo que el archivo no es únicamente la
documentación y su resguardo, sino también las operaciones que implica su
custodia. En tal sentido, Setecientosmonos. Antología recupera páginas perdidas en
el tiempo y nos propone un análisis sobre determinadas prácticas y escenarios
intelectuales, sin olvidar aquello que los trazos de esas publicaciones han dejado
tanto en la memoria como en la historia de Rosario. Viejos anaqueles guardan aún
la trama azarosa, fugaz y heterogénea de sus revistas culturales.
martes, 26 de marzo de 2013
Una maquina de escribir propia
Publicado en Rosario/12, sección Cultura/Espectáculos, 23 de enero de 2013
Estudios, documentación, fotos y artículos de (y sobre) Setecientosmonos se reúnen en un trabajo que permite aproximarse a la revista editada entre 1964 y 1967, y que fue vocera de la obra vanguardista, tanto crítica como literaria.
El año pasado, con aportes de Espacio Santafesino, la editorial Santiago Arcos publicó una valiosa antología de 366 páginas que reúne estudios, documentación, fotos y artículos de y sobre la revista literaria Setecientosmonos. Editada en Rosario entre 1964 y 1967 y bautizada así a partir de un chiste, la revista fue vocero de la obra vanguardista, tanto crítica como literaria, y eventualmente de las preocupaciones por su rol político como intelectuales, de un grupo de jóvenes narradores y críticos de Rosario, algunos de los cuales luego adquirirían una relevancia capital. Con edición por Osvaldo Aguirre y Gilda Di Crosta, Setecientosmonos. Antología se basa en un minucioso trabajo de investigación por parte de Aguirre, quien hasta rescata para la cubierta el moderno diseño neoplasticista de la tapa original. En la presentación del libro en el Centro Cultural del Parque España estuvieron Carlos Schork y Juan Martini, fundadores de la revista y sus primeros directores junto a Salvador Gatto.
Allá por 1964, según recapitula Aguirre, ambos "vivían en la misma cuadra, en las calles Ricchieri y Córdoba. Tenían poco más de 20 años". En la facultad se conocieron con Omar Pérez Cantón y a la vuelta de la esquina estaba Rubén Radeff, cuya familia tiene aún la librería La Médica. "Desconocidos en el ambiente literario", los editores de la revista "eran tan primerizos que ni siquiera tenían máquina de escribir propia". Se reunían los viernes a la noche en el bar Savoy. El staff incluía a Carmelina de Castellanos, única con antecedentes literarios, quien los orientó y los relacionó con escritores reconocidos, como Ernesto Sábato. Castellanos colaboraba en la revista El escarabajo de oro, de Abelardo Castillo, con quien "los monos" (así se autodenominaban, en broma, incluso en las notas de la revista) tenían un vínculo intenso, entre la emulación y el parricidio, o al menos tal ambivalencia se deduce comparando la satírica entrada que le dedican en una imaginaria enciclopedia con la entrevista que le hacen en el número doble 3/4 (incluida en el libro).
Los gustos literarios se repartían entre el realismo de Castillo y el experimentalismo del nouveau roman francés, vinculado este último al existencialismo de JeanPaul Sartre: otro de sus próceres, sobre todo cuando rechazó el Nobel de Literatura en 1964. Sartre era un modelo de intelectual, no sólo de escritor; la relación entre literatura, compromiso ético y militancia política (ineludible en aquella época de transformaciones) se hace explícita con el número 5 en el primer (y único) suplemento Testimonios, donde se pronuncian en contra de la intervención de Estados Unidos en la República Dominicana.
El número 3/4 marcó un salto cualitativo tras (entre otras cosas) la incorporación, en el número anterior, de Nicolás Rosa, a quien Shorck y Martini habían conocido al recibir ambos un premio literario en el concurso de cuentos de Amigos del Arte. Rosa reseñó libros de Germán Rozenmacher, Beatriz Guido y David Viñas, incorporándose como director a partir del número 6. Además de su nota sobre los mencionados "malos modales de escritor" de Sartre (Rosa dixit) fue de especial importancia, como paradigma de su propia obra crítica, su reseña de Sexo y traición en Roberto Arlt, de Oscar Masotta. Artículo que también se incluye en el libro, lo mismo que el de Mario Vargas Llosa sobre Camus (Nº 5), los de Adolfo Prieto y Gladys Onega sobre Cortázar (Nº 7), el de Josefina Ludmer sobre Vicente Leñero, el de Norma Desinano sobre Juan José Saer y los de María Teresa Gramuglio sobre Juan Rulfo, David Viñas, Luis Harss y, en el décimo y último número, "El espacio en la novela objetivista", un ensayo estético sobre literatura donde Gramuglio analiza la construcción del espacio narrativo a partir de la mirada. Leído 40 años después, este trabajo pareciera presagiar retrospectivamente todo lo que la llamada "poesía de los noventa" creyó volver a inventar (y que surge, en gran medida, precisamente de estas discusiones de los 60). "La reflexión sobre la novela, que se ha agudizado en los últimos años, ha replanteado a escritores y críticos el problema de las relaciones entre la novela y las demás artes (la música, el cine, las artes plásticas)", escribía Gramuglio en 1967, polemizando con Lessing, para quien el objeto propio de la poesía era el tiempo y esta no debía ocuparse del espacio y de los cuerpos, que pertenecían al dominio de la pintura. "En el texto literario las palabras no hablan a mi sensibilidad perceptiva. No veo, no percibo realmente este parque, este camino. Los signos han desatado su carga simbólica y han hablado a mi imaginación".
La conexión con la plástica más avanzada de entonces se daba no sólo a través de la presencia como interlocutor (que esta cronista imagina, aunque no se lo nombre) de Juan Pablo Renzi, sino porque uno de los logos de la revista fue diseñado por Rodolfo Elizalde, integrante a mediados de los 60, junto con Renzi y tantos otros, del Grupo de Artistas de Vanguardia que luego en 1968 realizarían el evento artístico y político Tucumán Arde. Señala Irina Garbatzky en uno de los estudios actuales incluidos en el libro: "La obra artística como acción revolucionaria se plantearía de manera inminente para algunos de los colaboradores de la revista, como Nicolás Rosa y María Teresa Gramuglio, quienes participaron de la experiencia (Tucumán Arde) que tuvo lugar en el local de la CGT de los Argentinos".
Un desconcertado Juan José Sebreli entrevista en París a Simone de Beauvoir; le va un poco mejor a Nicolás Rosa con Roland Barthes, al que sólo requiere traducir. Con Nicolás Rosa y Juan José Saer como traductores, las traducciones ocupan un sitio destacado, con ensayos de MerleauPonty, Sartre, Edouard Glissant y un cuento de RobbeGrillet: "La playa". Además de cuentos por Martini, Schork, Marta Lynch, Mario Verandi y Angélica Gorodischer. Todo ello es reeditado en el libro, que además de por supuesto el sumario completo de los diez números, también incluye un apéndice de entrevistas: a Schork por Aguirre, y a Pérez Cantón y a Norma Desinano por Julieta Tonello.
Las polémicas, los cuentos, los editoriales; los escritores de entonces, como Ada Donato; las contradicciones del peronismo, el teatro de la época y su tensión con la represión de la dictadura de Onganía; la relación de la revista con sus pares locales como Pausa y Alto aire, son otras de las zonas que iluminan este libro, que desde los estudios y las reediciones pone en una necesaria perspectiva histórica la producción intelectual regional de autores aún activos.
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